sábado, 14 de noviembre de 2015

Camino incierto

Camino incierto

El cielo estaba encapotado, y pese a que ya llevaba un mes el invierno, este era el primer chaparrón más agresivo; con dos días de lluvia intensa, no era de extrañarse que más de algún conducto de regadío se saliera de su cauce, bloqueando caminos.
La noche era larga, y a un instante de la marcha de su amado, Elena no tenía más que disfrutarlo. Sus cuerpos se enredaron sobre el lecho, siendo ocultados por aquella profunda oscuridad, que no se veía perturbada por luz alguna.
Sus respiraciones se entrelazaban, mientras que sus manos abrazaban las sudorosas pieles, consumiéndose ante el deseo y la pasión.
Por la mañana Edward regresaría a la capital en su motocicleta, y durante dos semanas más no se verían, siendo el teléfono el único medio de contacto entre ambos. Debido a su trabajo como supervisor en la construcción del nuevo mall plaza, sus encuentros eran cada catorce días, aprovechando a concho los siete días libres.
Aquel éxtasis se volvió casi insoportable y ambos estallaron… El cuerpo de Elena calló rendido a la cama, y Edward no conseguía lidiar con sus espasmódicos jadeos. Cada vez que tenían la oportunidad de unir sus cuerpos en el acto lo aprovechaban como si fuese la última vez. Pese a que ya eran casi dos años de relación, ese día a día no les afectaba en nada, para su amor cada minuto era como el primer día juntos.
La lluvia repiqueteaba en la superficie metálica del techo, y en el cuarto solo quedaba la respiración de ambos.
-Deseo que no te alejes nunca de mí…
La voz de Elena parecía un suave susurro entre las aceleradas respiraciones.
-Querida, terminando este contrato, voy a pedir mi traslado a un pueblo más cercano, para así no tener que dormir lejos de ti por tantos días.
El lazo en sus corazones tenía la poderosa consistencia de una cadena de hierro, pues ambos compartían el mismo sentimiento de apego, y mostraba ser permanente.
Una vez que el abrazo de Morfeo los atrapó, Elena apoyó su rostro en el pecho de su amante…

El rabioso rugido de la motocicleta se mescló con el deslizar automático de la cortina metálica, y a lo que estuvo con ambas ruedas en el empapado pavimento sintió el chasquido del cierre eléctrico del garaje. Elena lo observaba desde la ventana del segundo piso, con sus ojos empapados y una leve sensación de vacío en el corazón.
Edward alzó su mano, y antes de ajustar su casco se despidió con un silencioso adiós, para un segundo más tarde emprender su retorno a la capital.
La lluvia seguía tan agresiva como la noche anterior, y dificultaba en gran manera el avance. Edward estuvo a muy poco de tomar la decisión de marcharse en locomoción pública, pero como utilizaba la motocicleta para trasladarse de una instalación a otra, se veía obligado a correr el riesgo.
El salir del pueblo no fue tan difícil, solo se encontró con una calle anegada, el resto se veía bien apoyado por las alcantarillas. Lo que hacía de este viaje realmente peligroso, era que el pavimento mojado conseguía sin mayor dificultad que las llantas se resbalaran.
Al estar en el cruce, se preocupó de que no viniese ningún vehículo que lo hiciera accidentarse; no obstante, y como el agua solo entorpecía la visibilidad, no vislumbró un camión de carga que se acercaba por su misma vía… Presionó los frenos desesperadamente, y por culpa de la lluvia, las llantas patinaron en el concreto, dejando así al hombre a merced de la descomunal máquina…

El desgarrador grito de la mujer colocó en alerta a Edward, que en menos de lo que siquiera él imaginaba ya estuvo junto a la puerta, pulsando el interruptor. Elena yacía en la orilla de la cama, llorando sin consuelo y temblando compulsivamente, como si de una niña pequeña se tratara. El alma regresó al hombre, que viendo que solo había sido una pesadilla dirigió su vista al reloj despertador…
-Las cinco… Murmuró Edward, aproximándose al lecho.
En el rostro de su mujer afloraba un terror latente, y esperando mermar aquella sensación la enredó entre sus brazos.
-Lo vi… Decía en un finísimo murmullo Elena.
-¿Qué pasó?... ¿Qué vio?
-Al camión… En la carretera… ¡Justo en el cruce!
Edward no comprendía una sola palabra de lo que ella decía, pero teniendo presente que la pesadilla era la culpable, la besó suavemente en la frente y le acarició el cabello.
-Tranquila, solo fue un sueño, nada real.
-No, tu no entiendes amor… ¡Yo lo vi, cuando aquel camión se acercaba!... Y tú… Acalló su frase con un sofocado lamento.
El verla llorar le partía el corazón, y pese a que faltaban aun dos horas para salir, se quedó allí junto a ella, intentando extinguir aquel terror que la asolaba.
Elena le relató el sueño, y a Edward le recorrió un aire gélido la espalda. No era de creer fácilmente en sueños, ni en otros medios para descifrar el futuro, pero el comportamiento de su amada realmente lo descolocaba. Del tiempo que llevaban juntos jamás se había comportado así, y eso le daba cierta importancia, aunque no credibilidad.
Una vez que ya estaba a la hora de su partida, Elena se inquietó, y se desesperó aun más cuando se percató de que todo lo que había visto se iba cumpliendo paso a paso. Edward salió de la casa con el casco abajo del brazo, se dirigió al garaje a sacar la motocicleta, y tal cual como en el sueño, Elena se quedó encargada del control remoto para abrir la cortina eléctrica. Para su fortuna aquel maldito control se había quedado en el segundo piso, y tal cual como en su predicción se vio empujada a estar en el cuarto al momento de la partida de su amante.
Edward salió del garaje, y en el preciso instante que las ruedas de la motocicleta tocaron el remojado concreto, levantó su mano, realizando el gesto de despedida, antes de ajustar el casco…
Las delgadas manos de la mujer temblaron, y en menos del tiempo que esperaba ya estaba corriendo fuera, para intentar detener lo inevitable…
Llovía a cantaros, y la visibilidad era casi nula, pero gracias a la experiencia que tenía en el volante Edward no tenía que temer. Desde los veinte años que manejaba motocicleta, y esta compañera ya lo seguía por casi cinco años.
Al llegar al cruce recordó lo que le había dicho Elena, y se detuvo un momento junto a la cuneta. Junto a él pasó un bus interurbano, y a causa de los charcos la máquina le empapó los pantalones.
-¿Y si Elena tiene razón? Se cuestionó el hombre, desempañando el cristal del casco.
Luchó por contener esa molesta intriga… Jamás había creído en las visiones futuristas, pero el recordar cómo estaba su mujer de afectada… Alzaba desde lo más recóndito de su mente ese empuje para comenzar a creer en las visiones.
Rosó el acelerador, y en el preciso minuto que daría pie a tras, sus obligaciones como supervisor alumbraron en su mente… Hoy era día de pago, y si faltaba su jefe no liberaría los cheques, generando gran inconformidad en el personal… Quedando una única opción, sacudirse los miedos y continuar con su camino.
El cruce estaba frente a sus ojos, y con su mente enfocada en sus obligaciones como supervisor de la obra, Edward pisó a fondo el acelerador, sin siquiera voltear a ver. Fue en este punto donde ya no consiguió torcer el brazo del destino… En el mismo sentido venía un colosal camión de carga…
Al costado de la carretera se detuvo un taxi, del cual emergió Elena con el grito a poco de salir de su garganta, aunque ya era muy tarde… El frente de la descomunal máquina impactó la parte trasera de la motocicleta, sacando eyectado a su amado… El cuerpo del hombre voló por sobre la barrera de contención, colisionando mortalmente con un muro de hormigón…
Todo era confuso en ese segundo, y ese grito que tanto amenazaba con salir de lo más profundo de su garganta ya no estaba. El taxista se vio empujado a salir a sostenerla, ya que Elena se había transformado en un pesado cuerpo sin la capacidad de sostenerse, y lo peor de todo, que ahora caería aplomo…
La ambulancia no tardó, y a lo que los paramédicos bajaron por Edward, ya era muy tarde… Solo era un amasijo de carne sanguinolenta. Las protecciones no lo apoyaron en nada, la colisión había sido de tal magnitud, que incluso el casco se consiguió agrietar.
Ha las horas ocurrido el accidente, Elena volvió en sí, y a lo que se enteró del destino de su amado, solo tragó una bocanada de aire antes de romper en llanto… Pese a sus esfuerzos el acontecimiento se había llevado tal cual como en aquel sueño. No le quedaban más opciones, debía seguir viviendo, aunque fuese inmersa en la oscura soledad.

La muerte se viste de blanco

La muerte se viste de blanco

Catalina se sentía tan feliz, tanto soñar con este día, y al fin había llegado. En dos horas contraería matrimonio con el hombre de su vida, Marcus Irarrázaval.
En cada sueño se veía de blanco, con su largo vestido de novia, tal cual como ahora.
Mientras se deslumbraba con su reflejo en el espejo, su madre hizo ingreso. Esta mujer de cuarenta primaveras, se sentía orgullosa de su pequeña, ya que con sus tan cortos veinte años, ya se atrevía a la vida de casada, y no como otras jóvenes de su edad, que preferían salir a fiestas y hacer cosas alocadas.
-Madre.
Catalina se aproximó, y cogiendo las manos maltratadas de la mujer, comenzó a girar en el centro de la habitación, demostrando ese gran júbilo que la inundaba.
-Pero mi niña, con tanto movimiento se va a desordenar.
Y la joven se detuvo.
-Lo siento mucho madre, pero es que me siento tan dichosa con todo esto. Decía Catalina, regresando al espejo. -Tanto que esperé este momento… Y lo veía tan lejano… Pero al fin llegó.
La mujer alcanzó una silla, y empujándola hasta donde estaba su hija, pasó a decir:
-Siéntate mi niña, voy a ordenarte ese pelo.
-Sí madre.
Catalina, había heredado el mismo cabello de su madre, ondulado de la raíz a las puntas, con un precioso color castaño oscuro, y al traerlo suelto, le caía libre por los hombros, sin un orden aparente.
Comenzó a deslizar el cepillo, pero al dirigir su mirada al cristal, se percató de que su niña sangraba…
-Catalina…
La sangre afloraba de su nariz, y sospechosamente Catalina no reaccionaba, y en el justo instante que su madre alcanzaba algo para detener el sangrado, Catalina se derrumbó…
-No… ¡Domitila! Exclamó la mujer, esperando que su ama de llaves viniese a darle ayuda.
Ingresó La ama de llaves, y al ver a la señora de rodillas junto a su hija, corrió a darle una mano. Levantaron a la joven del suelo, y tras recostarla en la cama… Descubrieron que ya no respiraba…
-No… No puede ser… ¡No respira!
-Señora, voy a llamar a la ambulancia. Indicó Domitila, corriendo al comedor, donde estaba el teléfono.
La madre se desplomó sobre su hija, llorando sin control alguno.
A los pocos minutos llegó la ambulancia, y los paramédicos sacaron a Catalina sin signos vitales.
La madre, antes de encaminar sus pasos a la clínica, dio aviso a Marcus, quien no podía creer lo que le decía.
...
El informe del médico no tenía lógica alguna, pues Catalina había muerto de forma natural, sin causa alguna. Nadie podía creer aquello, ya que la joven gozaba de buena salud, y no sufría de ningún tipo de enfermedad crónica o terminal.
La madre, que no pudo soportar todo esto, a los cinco días del entierro de su pequeña, amaneció colgada en su cuarto…
Y el novio, completamente consumido por la angustia de haber perdido a su amada, calló en la locura, acabando internado al año.

Chateo desde un rincón

Chateo desde un rincón

Y acababa un día más... Había sido un día de mierda, uno de aquellos días en los cuales solo quieres largarte a tu casa; justamente uno de esos días, y sin más opciones Alejandro lo tuvo que terminar...
A lo que llegó a su casa, subió apresurado a su cuarto, pues debía acabar un trabajo que tenía que entregar mañana.
Su madre, consciente de que su hijo se esforzaba al máximo, le pasó a dejar comida, y sin decir palabra alguna, se retiró del lugar.
Alejandro, como tenía la costumbre de todos los días, mientras trabajaba se mantenía conectado al Messenger, y de repente, aunque muy de repente, al skipe y al facebook, para poder enterarse de que caminos seguían sus viejos colegas de colegio. A lo que tuvo el Messenger abierto, se paseó por todos los conectados, y justamente estaba su novia Romina y una persona que no pensó que estuviese...
-Es que no lo puedo creer... ¿Joanna?
Joanna fue una de las mujeres que más lo habían marcado, pues con ella conoció lo que era una verdadera amistad, aunque de primera las cosas hubiesen tomado rumbos diferentes. Pero lo que le sorprendía de esto, era que ella había muerto hace unos años atrás, por una maldita hepatitis fulminante, que con apoyo de su depresión endógena, la acabó, enviándola a descansar eternamente con tan solo veinte años.
-¿Quien estará conectado con la cuenta de ella? Se preguntó el joven, recordando que hasta solo unos cuantos meses atrás, personas que no tenían nada mejor que hacer se conectaban con su cuenta.
Y ocurrió lo más sorprendente del mundo...
Joanna dice:
Hola Jano
¿Tanto tiempo?
Quien lo saludaba tras esa imagen, no tenía idea, pero si deseaba saber.
Alejandro dice:
Hola
¿Quien eres?
Joanna dice:
Yo
jajajajaja
¿Quien más?
Alejandro dice:
Sé que eres tú
¿Pero cuál es tu nombre?
Joanna dice:
Joanna Cerón
Si lo sabes
¿Por qué me preguntas?
Se vio desconcertado, ya que la persona que estaba del otro lado, no tenía ni siquiera escrúpulos como para dejar tranquila a Joanna descansar, pese a los años de sufrimientos con esa horrible enfermedad.
Alejandro dice:
No juegues con eso, ella está descansando
quien quiera que seas, no la molestes
Joanna dice:
Pero si soy Joanna
¿Por qué no me crees?
El joven se comenzaba a molestar, pues ese descarado insistía en que era Joanna, siendo que aquella joven reposaba eternamente.
Alejandro dice:
Ya, vasta de juegos
No es chistoso
Joanna dice:
No estoy jugando amigo
Soy Joanna
Tú Joanna
Alejandro dice:
Bien, si así lo quieres
Tendré que bloquearte
No me dejas alternativa
Joanna dice:
Pero si soy yo
No te estoy intentando tomar el pelo
Realmente soy yo, Joanna
Alejandro se sintió furioso, y como esa otra persona del otro lado no quería decirle quien era, se fue al menú del Messenger, para poder bloquear el contacto de Joanna, algo que le dolía hacerlo. Aunque se detuvo, siendo confundido por lo que ahora le escribía:
Joanna dice:
Me parece tan doloroso que me hayas olvidado...
Yo recuerdo todo...
Como si fuese ayer...
Cuando nos besamos en la sala
Y tus manos bajaron por mi abdomen
Buscando eso que deseabas de mí, y que no sé porqué no tocaste
siendo que te había dado el permiso
Alejandro se sintió engañado... Eso que le decían pensaba que Joana no lo había hablado...
En esa ocasión estuvieron a solas en la sala de clases, sentados uno al lado del otro; y de una forma que ninguno se lo explicó se besaron sin pensar siquiera que los podían ver del exterior. Sus manos bajaron sin ataduras, acariciando y recorriendo sus cuerpos, aunque en ningún instante tocaron sus sexos, pese a que eso buscaban ambos; y se quedó claro cuando las manos del joven acariciaron el cinturón que sostenía el pantalón de ella, queriendo irrumpir en su intimidad, para descubrir que ocultaba la ropa. Luego saltó a sus piernas, gruesas y duras, rosando con su cuerpo los voluminosos pechos de ella, que se mantenían apetitosamente erectos.
Y ella siguió escribiendo:
Y esa vez
En la cual me preguntaste:
¿Por qué no te quitas el polerón?
Y yo
Sin decirte ninguna palabra
Cogí tu mano
Y la pasé por mi exagerado escote
Deleitándote con la magia de mi busto
Eso igual lo recordó... Había sido un día de verano, y estaban en la sala de computación. Él no tenía nada que hacer, y se acercó a ella por la espalda, cogiéndola por el hombro, y le hizo la pregunta; A lo cual ella se abrió el polerón, y quedó a la vista aquel magnifico busto, con un escote tan descarado que permitía distinguir sin mayor problema el tamaño colosal de esos pechos pálidos, que se veían sometidos por el sostén. Y ocurrió aquello... Aferró la mano de él, y la frotó contra su busto, permitiendo que lograse captar la textura de aquella piel tan tersa, y la dureza de sus carnes.
Alejandro dice:
OK
Dime
¿Qué quieres?
¿Burlarte de mí?
Joanna dice:
Claro que no
Jamás lo haría
Alejandro dice:
Dime quien eres, por favor
¿De dónde sacas esas cosas?
Joanna dice:
De lo que queda de mis pensamientos...
Recuerdo que me gustabas tanto...
Pero finalmente te fuiste con ella…
Alejandro dice:
¿Pero que dices?
¡Joanna está muerta!
Joanna dice:
Sí, estoy clara de que ya no estoy en el mundo
Pero  lo recuerdo todo
Como si fuese ayer
Alejandro dice:
Bien…
Dejemos en que eres Joanna
Si es así
Podrás responderme lo siguiente…
Joanna dice:
Haber…
Tenía que buscar alguna forma de atraparla, y esa era haciéndole preguntas de cosas que pasaron con ella, y que obviamente, nadie más supiese.
Alejandro dice:
¿Qué ocurrió el primer viernes que estuvimos juntos?
Joanna Dice:
Aaa
¿Hablas de lo que pasó en el baño?
Y las carnes del joven se enfriaron por completo… Ella estaba a muy poco de responder a la interrogante, que ni siquiera se la había echo con claridad, pero ella la conocía muy bien…
Alejandro dice:
Aun espero la respuesta
Joanna dice:
Te pedí que me acompañaras a tomar agua al baño
Aprovechándome de que era mixto
Y
Antes de salir
Te abracé fuerte
Apegándote contra mi cuerpo
Y como tu tenías menos consistencia que yo
Te arrinconé…
Las manos del adolecente temblaban sobre las teclas, pues todo indicaba que claramente era ella… Joanna… Pero se formaba la interrogante… ¿si realmente era ella, qué quería?
Alejandro dice:
¿Joanna?
Joanna dice:

Soy yo
Tenía que comunicarme contigo
Ya no conseguía soportar que estés con ella…
Yo era para ti
Y tu eras para mi
Debíamos estar juntos…
Alejandro dice:
¿Y Pierre?
Se veía que ese niño te quería mucho
Yo siempre te quise como amiga…
Y si en algún momento pasaron cosas
Era porque tenía cierta confusión
Pero a lo que me di cuenta
Y ordené mis ideas
Supe que te quería demasiado
Pero como mi gran amiga
Joanna dice:
No es así
Tú estabas enamorado de mí
Y lo supe cuando te besé
Alejandro dice:
No…
El chico sintió cierta molestia, pues estaba discutiendo con alguien del otro lado, y que ni siquiera sabía si era Joanna o no… Entonces fue que sentó cabeza, y quiso abandonar toda esta locura…
Alejandro dice:
Ya
Tengo que ir a comer
No puedo seguir hablando contigo
Y
Mas tarde debo terminar un trabajo
En otro momento
Seguiremos hablando
Joanna dice:
Nunca nos separaremos
Siempre serás mío
Alejandro dice:
Hasta luego amiga
Y sin responder, el usuario que hablaba por Joanna, se desconectó…
-¿Qué clase de demente hace algo así? Se preguntó Alejandro, eliminando el contacto de Joanna, pues no tenía intenciones de seguir soportando semejante insulto hacia su amiga, que descansaba tranquilamente en el más allá.
Alzó su vista, observando a través del cristal que el cielo se encapotaba, estaba más que claro, pronto rompería lloviendo.
Al caer la noche, y con la lluvia cayendo a cántaros, Romina llegó hasta la casa de su amado, siendo impulsada por un extraño presentimiento…
La recibió la madre de Alejandro, que tras colgar el paraguas de la muchacha le indicó que pasara al cuarto de él, pues estaba terminando un trabajo.
-¿Y lleva mucho en eso? Consultó Romina, esperando no interrumpirlo.
-Mmm… Algo más de dos horas.
-A bueno, creo que le iría bien un descanso.
-Si Rominita, y creo que estaría contento de verte.
-Permiso tía.
-Adelante hija, ya la sigo con algún bocado.
Romina ingresó con toda confianza, y tocó a la puerta del muchacho, pero este no respondió… Al instante recordó lo que le había dicho su madre, que ya llevaba algo más de dos horas… Era bastante probable de que estuviese durmiendo…
-Bueno… Al menos para verlo…
Giró la manilla muy despacio, seguido empujó la puerta lentamente, para así no hacer ni un solo ruido, que lo molestara. Ya cuando estuvo dentro, y dirigió sus ojos hasta la cama, no lo encontró, y fue aquí, que se llevó la mayor sorpresa… El joven yacía tirado entre la cama y el escritorio, sin signos de estar consciente…
Romina corrió a verlo, y al tener contacto contra su piel, se percató de que estaba fría… Alejandro… Había muerto…

Obsesión fatal

Obsesión fatal

Al despertar, aún sentía aquella angustia que la había arribado a la media noche. Alargó su mano al velador, asió el celular, esperando tener algún mensaje de él, pero nada… Un nudo se le ató en la garganta, y de inmediato se le vino la imagen de aquella perra maldita, que le había arrebatado su amor… La odiaba desde lo más profundo de su corazón, y no lo conseguía evitar.
Debía viajar a la capital, y en algún momento le escribiría. Solo bastaba una noche, nada más que una noche, y quizás lo derretiría en sus brazos, enloqueciéndolo con sus caricias y embriagándolo con el sabor de su boca.
Tan solo al pensar en cómo aquella mujer se lo había arrebatado de las manos con mentiras… Se le venían aquellos malditos pensamientos, haciendo aflorar un instinto enfermo y asesino. La quería ver muerta, ojalá con su sangre bañando el concreto, y rogando por su vida; bueno, si es que aun permanecía viva…
Esa mañana el día se presentaba nublado, y como sería su angustia, que pese a llevar su cuerpo cubierto únicamente por prendas cortas, el mismo frío que la hacía estremecer, no mostraba efecto en sus carnes.
Su tarea era simple, debía ir a hacer presencia a la fundación, esperando tener noticias de empleo, al igual que su rival. Aquella sería su oportunidad, si se la cruzaba dentro, nada más quedaría que esperarla en la entrada de la galería, golpearla hasta que no se pudiese levantar, y de esta forma obligarla a dejarlo tranquilo, abriéndole el espacio para recuperarlo, y retomar aquella vida perdida.
Cuanta sería su mala fortuna, pues ella no había ido ese día… Ahora tenía que saber jugar sus cartas, llamarlo en el justo momento, y elegir minuciosamente sus palabras para convencerlo de pasar la noche juntos, entonces podría hacer su siguiente jugada, recordándole que ni una mujer más lo haría experimentar el amor como solo podía hacerlo ella, su amada por cinco años, haciendo que aquella perra tuviese dificultades en el camino.
Eligió la hora de almuerzo, un instante perfecto. Nada más bastó que preguntar, a lo que él respondió sin titubear que estaría encantado…
Debía esperarlo hasta la hora de salida, pero eso era lo de menos, pues ya saboreaba su victoria, y la maldita puta tendría que retorcerse en su mierda…
Al llegar la hora del encuentro, fue tal cual como la soñaba, con lo dulce de sus besos y lo ardiente de sus caricias… Aunque las cosas no eran como las anhelaba de corazón, podía tener eso perdido nuevamente, sin el temor que la ramera interviniese en su cometido.
Al estar en el cuarto, no perdieron el tiempo, haciendo el amor por las casi tres semanas que no se habían visto. Él no había perdido su magia, seguía tal cual, a pesar de que su enemiga lo pudo cambiar, pero no fue así. Su amor parecía intacto, estallando y volcándose sobre su piel con el mismo desenfreno, la misma locura, la misma pasión…
Al acabar, él se metió al baño, dejándola tendida sin aliento sobre las ropas de cama y el cuerpo empapado en sudor. Sin embargo, algo le resultó inaudito, pues antes de cerrar la puerta, cogió el teléfono móvil…
Sabía muy bien lo que ello significaba… Las ansias por comunicarse con aquella bastarda, la maldita descarada que se había metido entre ambos, disolviendo como terrones de azúcar en el agua aquello tan lindo que tenían construido.
Fue poseída por los demonios de la venganza, conduciendo sus malas intenciones hasta la alacena.
Su corazón estaba con él, lo amaba demasiado, pero no por esto dejaría que compartiese las mismas sensaciones con ella… Le pertenecía, o al menos eso era lo que sentía…
Lo arribó al baño, y justamente, se encontraba hablando con ella. No había terminado de escribir el mensaje, pero al ver que la puerta se abría repentinamente, bloqueó la pantalla, impidiendo que pudiese ver lo que decía.
En el rostro de él se apreció el miedo al ser sorprendido, no obstante, su expresión de temor cambió rotundamente por una de dolor, al sentir el frío metal hincarse en su abdomen… El mango del cuchillo aun seguía sostenido por la mano femenina, sintiendo la seguridad de la acción en su propio cuerpo, pues en el miembro no existía temblor que diera indicios de inseguridad. Hasta en el rostro de ella se notaba la tranquilidad…
A lo que la vida desapareció de las pupilas de él, y sintió la tibia sangre bañar sus pies; entró en razón, percatándose de la gran estupidez que había cometido, al dejarse poseer por su rabia, llegando al punto de quitarle la vida a él, el hombre que más amaba…
Retiró la hoja del cuerpo, y mientras el cuchillo daba tumbos en el piso con ruido sordo, lo abrazó, apretándolo fuerte contra su cuerpo desnudo. Las lágrimas corrían como riachuelos de sus ojos, mezclándose con el líquido carmesí… Pero por más que llorara su ida forzada, las cosas no tenían vuelta…

Xilófono

Xilófono

Hace unos días, la ciudad había sido abrazada diariamente por una espesa niebla, pero no durante las mañanas, sino por las noches. Tras la caída del crepúsculo, este misterioso fenómeno se hacía presente, y no solo cegando a sus victimas, también empapándolas, como si se tratase de la majestuosa camanchaca, que sometía al norte.
Tom Cid, conserje de la torre central, que conocía muy bien las tierras norteñas, sabía muy bien que este inusual suceso no era natural. De hecho, a tres días de iniciado este periodo de espesa niebla por las noches, Tom aseguraba haber oído la percusión sutil de un xilófono en las calles, como si alguien interpretara una nota triste.
Como conducir se hacía bastante peligroso, las autoridades dejaron absolutamente prohibido este medio de movilización, ya que a la fecha, ya se habían ocasionado treinta accidentes automovilísticos, dejando cerca de cuarenta muertes, y un promedio de sesenta heridos. Por lo tanto, este conserje de cuarenta años tenía que limitarse a caminar.
Tom, que ya llevaba casi dos semanas solicitando su cambio de turno, debía salir a eso de las ocho, cuando aun la niebla no espesaba.
Se despidió de un beso de su mujer, y tras ajustar el pasador de la puerta principal, encaminó sus hartados pasos a su puesto de trabajo. La torre central, lugar de asentamiento de las oficinas principales de varias aerolíneas extranjeras, quedaba bastante retirada, a unos treinta o cuarenta minutos caminando, aproximadamente.
Al cruzar la última cuadra, sintió en su cuerpo el cambio ambiental. Su largo abrigo color chocolate, se volvió más pesado, y todo por la llovizna que traía consigo aquella molesta niebla.
-Pensé que alcanzaría a llegar. Se dijo Tom, apresurando el paso.
Ya no conseguía ver ni la punta de su nariz, todo estaba borroso, y con cada avance de la noche, se aumentaba mucho más la dificultad.
Cuando consiguió llegar a la mampara del edificio, una deliciosa música martilló en sus oídos… Y sospechosamente, desde el interior del complejo. Sabía que la conocía de algún lado, ese suave tintineo… Y justamente… Hace unos tres días, a poco de llegar a su casa, había percibido aquel sonido… Se trataba de un xilófono tocado con tal suavidad, que aparentaba llorar.
Al ingresar, con el temor en sus sudorosas carnes, se llevó la gran sorpresa de que en el interior del edificio también estaba presente aquella niebla, aunque no con la misma densidad del exterior. Avanzó por el corredor principal, distinguiendo dos imágenes borrosas al final de este, en donde se encontraba el puesto del conserje. Aquellas imágenes eran humanas, y una de ellas estaba de pie junto a la pared, mientras que la otra yacía sentada en el escritorio, con ambas manos en la superficie.
La música se hacía cada vez más fuerte, tras cada paso, el golpecito metálico se sentía mucho más rápido…
Y un murmullo llegó a sus tímpanos, como un coro macabro tras ese llanto de las teclas… Tal parecía, que ellos hablaban…
Tom no retrocedió, pese a que en su cabeza decía que sí…
Y al dar un paso más, aplastó algo blando con su taco… Un algo que tenía una contextura tan viscosa, que se embarró en su bota…
Quiso mirar a sus pies, pero su valor no fue el suficiente… Temía ver algo asqueroso, retorciéndose bajo el peso de su calzado…
Y como si todo esto no fuese suficiente, finalmente las imágenes se hicieron nítidas ante sus atónitos ojos… El sujeto de la pared, era Williams Schneider, su jefe…
-Tom…
-Señor… ¿Usted?...
Justo en frente del superior, y tocando un pequeño xilófono, estaba un joven de cabellos rubios y tez clara. A lo que vio al trabajador aproximarse, entornó sus ojos y detuvo su nota. Al reposar el palillo en la primera tecla, se escuchó un fuerte gruñido, proveniente de los muros.
-¿Qué hace él aquí? Consultó el joven, dejando caer el palillo.
-Te dije que pronto comenzaría su turno.
Tom, confundido, dio un paso al frente, barriendo con su mirada a ambos personajes.
-¿Qué ocurre jefe?... ¿Quién es él?
-Tom, guarda silencio. Ordenó Williams, aproximándose al escritorio. –Es mejor que arreglemos esto en otro momento.
El muchachito dejó escapar un suspiro, y un fuerte temblor sacudió todo… Cada puerta y ventanilla entraron en un continuo abrir y cerrar; un silencioso viento trepó por los muros, desprendiendo los cuadros, que sin más se vinieron abajo, volando en pedazos con el contacto en la baldosa…
Tom perdió el equilibrio, acabando de espalda en el muro… Y solo cuando estuvo más estable, logró ver como su jefe se sostenía a duras penas en uno de los bordes del viejo escritorio.
-Señor Schneider, sabe muy bien que yo ordeno y usted obedece.
La voz del joven se detuvo, y el hombre salió disparado del lugar…
Tom se interpuso, aferrando por la espalda a su jefe, pero este movimiento no fue suficiente para aplacar la ira del extraño, que empleando una fuerza sobrenatural, los aventó unidos hacia las alturas, ingresando por una ventanilla del segundo piso…
-Creo que para que entienda, tendré que darle una lección. Acabó diciendo el muchachito, antes de que su cuerpo se desvaneciera.
Ambos se desplomaron en la brillosa baldosa, quedando entre las patas de un largo mesón… Se incorporaron bastante adoloridos, y con mil preguntas en su cabeza, Tom buscó la mirada de su superior, perdiendo ante la penumbra. Con el poder desatado, el edificio por completo se había sumido en las sombras.
-Tom, no te muevas. Ordenó con voz armoniosa Williams, avanzando a trompicones. -Creo que estamos en la oficina de despachos.
Jaló un cajón, rebuscó un momento y encendió una linterna. Don Williams estaba junto a un escritorio, con una pequeña linterna en su mano izquierda, y una pistola en la derecha.
-Tom, aproxímate.
El hombre obedeció, y sin decir palabra alguna lo arribó.
-Lamento tanto que te veas involucrado en esto.
-¿Qué está ocurriendo aquí? Preguntó Tom, apoyando su mano en la superficie lustrosa del escritorio. -¿Quién, o qué era aquel joven?
-¿Quién?... Su nombre es Darhon.
-¿Darhon?... Un nombre bastante extraño para un humano.
-Lo que ocurre, es que no es humano. Señaló Williams, ajustando el cargador del arma. -¿Has oído hablar de los ángeles caídos?
-Un demonio.
-Justamente. Respondió con voz segura el cabeza, encaminando sus pasos a la puerta. -Lamentablemente, mi padre, para dejarnos todo esto, cometió el gravísimo error de hacer un pacto. Y el muy cobarde, antes de que se llegara el día de su ajuste de cuentas, se suicidó.
-Comprendo… ¿Entonces, le están cobrando a usted?
-Así es.
Del otro lado, se oía los gruñidos de las criaturas de las tinieblas, aguardando a eliminarlos.
-Para nuestra adorada suerte, estos seres son vulnerables a las armas mientras estén materializados.
Antes de girar la manilla, esa triste nota del xilófono comenzó nuevamente…
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El cielo rugía furioso, estremeciendo cada espacio con su ira. La lluvia caía a cantaros, y los poderosos truenos retumbaban a la distancia.
Un hombre, odiando aquella pobreza que lo invadía hasta las entrañas, llegó hasta un callejón abandonado. Se trataba de James Schneider. Sumergido en su desgraciada miseria, buscaba con desespero donde refugiarse. El banco había embargado su vivienda, por deudas arrastradas por su esposa, antes de escapar con su amante a otra ciudad.
Una de las tantas casas abandonadas, hace poco más de un año, le sirvieron de refugio para semejante temporal, y a lo que la rechinante puerta se abrió, calló de bruces al mugroso suelo desnudo.
Aquella villa, por su mala construcción, había sido abandonada hace unos pocos meses, y los responsables de aquel trabajo, estaban a espera de la demolición para partir una vez más.
Hasta los oídos del hombre llegó la dulce melodía de un instrumento muy poco común… Un xilófono. Aquellos instrumentos, eran realmente fáciles de reconocer, ya que su tintineo no tenía comparación, y mucho menos en los oídos de James.
Antes de arrojarse al mundo laboral, James estuvo estudiando la carrera de música, en una de las universidades más prestigiosas a nivel nacional; pero cuando sus padres, desafortunadamente fallecieron en un accidente automovilístico, no tubo más que resignarse, y abandonar aquel titulo que tanto añoraba. Unos años más tarde, y al asociarse en una fabrica de cartones, en donde llegó a ser jefe; creyó que su destino cambiaría, y que su carrera al fin saldría a flote, pero no fue así… En una de las numerosas galas de la compañía, conoció a Katherine, su actual esposa, con la que contrajo matrimonio casi a ciegas, y que ocho meses mas tarde lo engañaría con su mejor amigo…
Aquella melodía penetraba sus oídos, internándose en su cabeza…
Se arrastró como un gusano, buscando la procedencia de aquella dulce música, guiado únicamente por su oído, ya que sus ojos solo contemplaban la oscuridad.
-James… James…
Una voz lo llamaba de aquí y allá, sin dejar claro hacia donde debía seguir, pero el pordiosero se detuvo, tomando posición fetal, para resguardarse del gélido aire. Ocultó su rostro entre las manos, cubriendo sus oídos con la presión de sus palmas.
-James… James…
Pero aun estaba allí, llamándolo.
-James…
La voz, y el dulce tocar, ambas piezas sonoras calaban en sus entrañas, desconcentrándolo y enfureciéndolo…
-James… James… James…
-¡Sal de mi cabeza!... Exclamó furioso James, golpeando el piso con sus puños cerrados.
-James, tienes que tranquilizarte. Yo puedo ayudarte.
-¿Qué? Consultó James en un tono que más pareció un susurro.
De pronto la música cesó, llevándose junto con sus dulces notas la voz…
Hasta los oídos del desgraciado hombre llegaba el martilleo incesante de los goterones en el techo, lo demás, era un silencio profundo…
-¿Qué fue aquello?
Luego, y con el fin de ese castigo auditivo, James Schneider, quien llegó a ser un hombre de poderosa situación económica, calló rendido ante los brazos del sueño… Dejando atrás, todo lo ocurrido…
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A lo que la puerta se abrió de par en par, dos balas destellaron en la profunda oscuridad, abatiendo a un ángel negro que los aguardaba con una larga guadaña en las manos… Ambos proyectiles penetraron su cráneo, desparramando sobre una rasgada alfombra parte de su masa encefálica, revuelta con sangre…
Williams y Tom se aproximaron al cadáver, que ahora yacía de espalda, con la larga asta de su arma. El trabajador arrebató el acero de las manos aun calientes del monstruo muerto, y antes de seguir con su rumbo, se volvió a ver el rostro de su empleador.
-Me sorprendes Tom… Comentó Williams, recargando el cañón. -Creí que al ver a los ángeles correrías a esconderte.
-No, ya sabía de ellos.
-¿A sí?... ¿Y desde cuando?
-Hace tres años, tuve un encuentro violento con un demonio que se hacía llamar Zarac.
-¿Zarac?... Creo que había escuchado de él. Se dijo Williams, ajustando el cargador. -Tuve una o dos discusiones con esa criatura, antes de que desapareciera sin dejar rastro.
Se encontraban en un largo pasillo alfombrado, con varias puertas a los costados, y mientras hablaban, de una puerta situada a menos de diez metros, aparecieron dos ángeles. Venían armados con guadañas, y batiendo sus alas negras.
Cuando Williams alzó su cañón, Tom se interpuso.
-¿Qué te sucede Tom?
-Déjemelos a mi.
La mirada de su trabajador contenía cierta seguridad, y esto fue lo que le hizo bajar el arma.
-Gracias. Asintió Tom, sosteniendo la guadaña con ambas manos. –Es hora de jugar.
Los cuerpos de aquellos demonios, tan similares a los de los humanos, no traían protección alguna, solo un taparrabos de piel, ajustado con cintas de oro. En sus imponentes anatomías, exhibían tonificados músculos, miembros largos acabados en garras, y la piel ennegrecida por las llamas del infierno.
Ambos monstruos arremetieron con sus lustrosos aceros. Tom los aguardó en su posición, y a lo que ya estuvieron a rango, su mortal ataque dio inicio… El primer corte se vino de abajo hacia arriba, abriendo el abdomen de su victima en canal, desparramando sus intestinos en el piso… La criatura retrocedió dando aullidos de dolor, y su compañero bajó la guardia para poder prestarle ayuda. Este fue el instante perfecto, Ya que con una abanicada de izquierda a derecha, separó las cabezas de ambos enemigos…
-Todo acabó. Anunció Tom, apoyando la hoja de la guadaña en su hombro.
Los cráneos rodaron juntos hasta chocar en el muro, y derramando la sangre a borbotones, los cuerpos se desplomaron.
-Creo que aun sigo en forma.
-Sí. Afirmó Williams, cruzándose de brazos. -Dime algo Tom… ¿Tú que eres?
-¿Yo?...
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Al otro día, la lluvia había cesado, y James se integraba a su miserable realidad nuevamente. Aun estaba dentro del recinto abandonado, y sus sucios harapos ya estaban secos. Intentó incorporarse, sosteniendo su cadavérico cuerpo con sus manos, pero el hambre lo tenía a su merced… Se derrumbó como un recién nacido, y se arrastró en un torpe intento de luchar por su estúpida existencia, y aquella música una vez más apareció, lacerando sus tímpanos.
-¡No!... ¡Vete!...
Se retorcía sobre su abdomen, cubriendo sus oídos con ambas manos, pero era imposible, aquella nota del xilófono, era mucho más poderosa, penetrando por sus poros, dirigiéndose directamente a su mente…
-¡Sal de mi cabeza!
-Pero James. Dijo una voz joven.
El hombre, viendo que debatirse era imposible, elevó su mirada, distinguiendo que justo en frente, estaba un muchacho de cabellos dorados, tocando aquel infernal instrumento.
-Al fin mi querido James.
-¿Quien eres? Consultó James, luchando por sentarse.
-Soy el único ser en este mundo que te puede ayudar.
-Nadie me puede ayudar, estoy perdido en mi miseria.
-No digas eso. Señaló el muchacho, deteniendo su tonada. -Te demostraré, que yo soy tu esperanza de existencia.
-Patrañas…
La habilidosa muñeca del muchacho se agitó con sutileza, permitiendo que las percusiones fuesen suaves y dulces.
-Observa mi fantástico poder.
Las teclas metálicas se iluminaron, y en frente del hambriento hombre, aparecieron dos platos, uno con pan y el otro con carne; además, y junto a estos alimentos, una copa rebosante en vino. Al ver este oasis en su limitada existencia, al igual que un perro de la calle, se lanzó sobre la comida, ingiriendo todo a gran velocidad.
-James, así como te pude dar que comer, te puedo dar lo que quieras. Señaló el joven, deteniendo su música. -Solo necesito una sola cosa de ti.
-Dime, pide lo que quieras. Respondió James, cogiendo la copa.
-¿Lo que quiera?... Bien…
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-Aun no me respondes Tom.
Tom desvió su mirada, y tras golpear el suelo con el extremo del asta, respondió:
-Soy humano.
Williams frunció el seño.
-No se porque no te creo.
-Ese es su problema jefe.
-Bueno… Si tu lo dices… Acabó cediendo el superior. –Vamos, la escalera esta a muy pocos metros.
Continuaron con su infernal travesía, y antes de que consiguieran bajar el primer escalón, una horda de demonios surgió de las sombras… Del interior de las salas y de agujeros en el techo, emergieron infinidad de enemigos, que traían un solo propósito entre manos, aniquilarlos.
-Tom, es hora de combatir.
-Jefe, solo le pido una sola cosa.
-Sí, dime.
-No aleje la luz de la linterna.
-Lo intentaré. Dijo finalmente Williams, dando inicio a su lluvia de balas.
Sangre y pedazos de carne, bañaron los muros y el piso, gracias a la inmensa potencia del cañón. Por otro lado, Tom separaba miembros, y abría cráneos y torsos, derramando cada fluido a sus pies…
Era una masacre… Los demonios no tenían posibilidad ante la pareja, quienes con sus armas mutilaban sus cuerpos físicos, obligando a los caídos a volver al abismo, para continuar friéndose por la eternidad.
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Ya la pobreza no estaba en su apariencia. Zapatos de cuero, camisas de seda, pantalones y chaquetas de reconocidas marcas; James Schneider era un hombre nuevo, completamente de etiqueta. Conducía un vehículo del año, traído directamente desde Europa, con cada pieza cuidadosamente seleccionada.
Su inmensa riqueza nadie la vio venir, y aquellos que alguna vez le habían negado una moneda en la calle, lo miraban hacia arriba.
Cada millón, fue inteligentemente invertido, en una imponente construcción, la torre central. Este edificio, de sesenta pisos, servía de sede para reconocidas aerolíneas extranjeras, que pagaban considerables sumas de dólares para mantenerse allí. Además, y para duplicar sus miles y miles de billones, tenía varios salones de juego en distintos puntos del país, los cuales le garantizaban una vida dorada hasta su muerte.
-Cien años, recuerda que ese es nuestro trato. Le señaló con tono frívolo el joven, acomodándose en el asiento del copiloto.
-Darhon, ya lo sé. Contestó James, cerrando la puerta. -Puedes tener más que seguro que a lo que cumpla ciento treinta años, mi alma quedará a vuestro servicio.
-Quiero aclararte algo antes.
-Sí, dime.
-Quiero que sepas, que si por cualquier circunstancia tu decides escapar a tu destino, será tu descendencia quien pague la deuda.
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Un brazo voló por los aires, y antes de que el demonio pudiese contraatacar, el metal cercenó su cuello, separando el cráneo del cuerpo… Las partes rodaron por la ensangrentada alfombra, y el cuerpo se desplomó de espalda. Detrás de este rival venía uno más, al cual Tom lo empaló con la punta de la hoja, internándosela por el estomago, para hacer emerger la punta por el cuello… La sangre se derramaba a chorros, y cuando el hierro fue quitado del cuerpo mutilado, dejando que un gorgoreo acallara el alarido de la bestia antes de morder el polvo…
Una tras otra, las balas eran escupidas de la boquilla humeante, acabando con los seres infernales. Los proyectiles reventaban la carne de las criaturas, desprendiéndola con facilidad de los firmes huesos.
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Schneider el grande, como él mismo se había denominado, por su tremendo poder monetario; no tenía pensado tener hijos, y mucho menos, emparejarse, pues conocía muy de cerca al genero femenino, y sabía que si le decían que lo amaban, sería por su dinero, y no por su persona. No obstante, en una de sus salidas fuera de la ciudad, cometió el gravísimo error de dejar caer su mirada en una mujer de clase baja, Solange Mauro. Solange era una mujer sencilla, sin mayores planes que tener un esposo y varios hijos, a los cuales educaría de la mejor forma.
James se embobó con la mujer, y con un mes de salidas a comer y paseos en playas privadas, la llevó a vivir con él, dejando la seguridad a Darhon, que su presa no escaparía.
El cuerpo de ella era lo embriagador, morena, de pechos grandes y enhiestos, caderas anchas, piernas gruesas y largas, y un trasero carnoso y redondo. Una hembra que lo hacía desearla hora tras hora, dulce y fogosa…
Su desgracia calló cuando la noticia llegó hasta sus oídos… Estaba embarazada…
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Tomas ya estaba sin aliento, y al rosar la afilada hoja en el mugroso muro, el último demonio acabó tumbado, con el estomago abierto en tres partes, y sus vísceras a la vista.
-Será mejor que nos demos prisa, o vendrán más criaturas. Señaló Williams, recargando el cañón.
-Sí, vamos.
Bajaron en carrera al primer piso, y allí estaba Darhon, con su apariencia de joven humano, y el xilófono apoyado sobre sus piernas. Al ver a sus contrarios aprontarse, sonrió y dijo:
-Los felicito cegadores, nunca pensé que llegarían tan pronto.
Ante las palabras del ángel caído, ambos, empleado y empleador se miraron, sin siquiera pensar que habían reprimido sus fuerzas, siendo que ambos eran cegadores de espíritus.
-No lo puedo creer… Murmuró Tom, mirando fijamente a su jefe. -¿Usted?
Williams blandió la pistola al frente, y de las ajustadas uniones metálicas se desprendieron varios resplandores, que transformaron una arma ordinaria de la tierra de los hombres, en una pistola fantasmal, con cada una de sus piezas translucidas y fulgurantes.
-Tom, las apariencias engañan.
-Y bastante.
Tom sostuvo el asta con ambas manos, y al igual que el arma de fuego, el acero desprendió un resplandor único, perteneciente a la tierra de los muertos.
Ambos aliados se quedaron en guardia, observando la estúpida sonrisa que sostenía Darhon, mientras giraba el martillo percutor entre sus dedos.
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A solo un día de terminar su contrato, James Schneider corría a toda prisa bajo la lluvia… Una sombra lo seguía muy de cerca. Su aliento estaba a muy poco de abandonarlo, y en un intento desesperado por huir de las garras de su cazador, ingresó en un edificio en proceso de demolición. Avanzó a paso lento por entre barrotes de madera, dispuestos para que el complejo no se viniese abajo antes de tiempo. El ser, sin querer dejarlo escapar, voló por entre los pilares, oliendo aquel miedo que tanto le gustaba.
-¡James! Exclamó la bestia, posando sus garrudas patas en el concreto desnudo.
Una barra metálica calló de las alturas, y James, temiendo morir aplastado, salió de su escondite, quedando a merced del demonio. La garra de la criatura intentó aferrarlo, pero el hombre se arrojó al piso, evitando su captura.
-¡Cien años, cien años James!
-Dile a tu maldito señor, que estoy consciente de ello. Respondió el hombre, incorporándose. -Pero el plazo termina mañana.
Ya su cuerpo no era el mismo… Los años le habían caído encima, y ahora sus huesos eran más frágiles, su piel arrugada y con gran suerte conservaba vestigios de cabello. No obstante, eso no le obstruía para escapar y luchar, pues su vigor seguía intacto.
-Conozco tus intenciones Schneider, quieres escapar.
-No… No es así.
-¡No mientas! Lo increpó el demonio. -A los humanos puedes inventarles todos los cuentos que quieras, pero a nosotros no. Vemos dentro de sus mentes, y veo muy claramente que quieres huir a tu destino.
Había sido atrapado. De hecho, James si quería escapar; le había tomado tanto amor a la vida que ya no deseaba dejar el mundo para ir junto a Darhon, y no sabía como torcer el cruel brazo del destino.
El demonio alargó su brazo, encajando las garras en el pecho de James… Poco a poco, le fue robando la tan preciada vitalidad. La sangre caía a goterones, y de la boca de la victima únicamente escapaban gritos estridentes.
-Zarac, déjalo. Dijo una voz oculta en las sombras.
La criatura no pareció escuchar, y continuó con su acción macabra, generando más y más dolor a su presa. Mientras el rostro del mortal se desfiguraba por causa del inmenso sufrimiento, el ángel negro parecía fortalecerse mucho más.
-Zarac, te dije que lo dejes. Volvió a manifestarse la voz, y en esta ocasión el ente alzó su vista, buscando en cada rincón el paradero de este entrometido, pero no conseguía verlo.
-¡Déjate ver! Exclamó el ser, extendiendo sus alas.
Y no tubo respuesta alguna, en vez de eso, una acerada hoja brillante apareció desde atrás, ingresando por el cráneo y bajando… El cuerpo del maligno ser fue cortado a lo largo, desparramando una marejada de liquido carmesí, que empapó el tembloroso cuerpo del viejo James.
-¿Quién eres? Preguntó James, sosteniéndose de un pilar para no caer.
Justo en frente de él, estaba un extraño sujeto de aproximadamente veinte años, que traía su cuerpo abrazado por un largo abrigo color chocolate, y que en su mano sostenía una larga espada resplandeciente.
-Es una larga historia, James Schneider.
-¿Cómo conoces mi nombre? Se mostró sorprendido el anciano.
-Toda tu historia está en las sombras, desde aquel día que vendiste tú alma a Darhon.
-No quiero irme con él…
-Justamente por eso mismo estoy aquí. Respondió el guerrero, enarbolando su arma. –Tu única esperanza es dejarte morir por mi espada.
-Pero… ¿Porqué?... No quiero morir… Lloriqueo el hombre, apoyando su frente en el pilar de madera.
-Si acabo contigo ahora, cortaré tu lazo que te une a Darhon, y solo de esa forma podrás marcharte al cielo.
-Cegador… Comprendo tu misión en este lugar. Comenzó diciendo James, apretando sus puños. -Pero antes de volar al cielo, quisiera pedirte un favor.
-Adelante, te escucho.
-Voy a dejar un hijo a su suerte… Quiero que lo protejas.
El cegador comprendía el dolor presente en el corazón del desafortunado, y sin más decir, asintió en silencio, antes de dejar caer el acero sobre aquel mortal maldito.
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-¿Solo se quedarán allí mirándome? Preguntó en tono burlesco Darhon.
-Hace muchos años que sigo tus pasos Darhon. Señaló Tom, blandiendo su acero. -Pero ahora no te me escapas.
-Tom, Tom… Supe en el momento que te vi que nos conocíamos.
-¿Se habían visto antes? Consultó expectante Williams.
-Willi, tu solo llevas diez años como cegador, y con Tom nos conocemos hace trescientos años. De echo, Tom no es su verdadero nombre… ¿Cierto, Reyi?
-Ese nombre lo dejé cuando abandoné mi trabajo de cegador, ahora soy Tom.
-Pero tus poderes aun los conservas.
-¡Silencio! Se enfureció Tom.
La afilada hoja de la guadaña cortó el espacio, abanicando el rostro de Darhon… Ni por un solo instante el joven se mostró aterrado, incluso ante el zarpazo ni siquiera pestañó.
-Tom, Tom; será mejor que tomes enserio esto, ya que yo pienso aniquilarlos.
Y la maléfica sonata comenzó nuevamente.
Del instrumento emergieron un sinnúmero de tentáculos negros, que se arrojaron sobre el cegador. Tom, sosteniendo el asta con ambas manos, impartió continuos mandobles que despedazaban aquellas extensiones del mal. Williams, a sabiendas que su empleado necesitaría de su ayuda, presionó el gatillo en repetidas oportunidades, escupiendo del cañón proyectiles del tamaño de un puño, que con el contacto con los apéndices, estallaban con la fuerza de una granada de mano…
El portador del hierro, se internó en una cortina de sanguinolentos trozos de carne humeantes, y cuando tubo a Darhon a un par de metros, ejecutó su ataque, cercenando las manos del joven demonio… Con una penumbra consumida por los gritos del ángel caído, los disparos del cegador pistolero consiguieron su objetivo, regar en pedazos el cuerpo físico de aquella criatura, que acalló sus gritos tras una cortina de estallidos…
Con los seres de las tinieblas acabados, el complejo regresó a la normalidad, y ambos hombres, empleado y empleador se quedaron mirando fijamente, sosteniendo sus confundidas miradas. Las fuerzas celestiales dejaron el campo, abandonando los armamentos terrenales.
-Jefe, al fin a quedado liberado, Darhon ya no existe, por lo tanto, aquel pacto echo por su padre, a terminado.
-¿Conoció a mi padre?
-Bueno… Se silenció un instante Tom, luego prosiguió. –Él no fue el mejor de los hombres, pero ante la realidad que lo acogía, creo que cualquier mortal hubiese aceptado la propuesta de aquel demonio.
Williams meditó lo escuchado, y surgieron nuevas dudas en su cabeza.
-¿Y mi madre?
-Ha… Bueno… Creo que es otra historia, que no viene al caso.
La mano de Tom aflojó, dejando caer el acerado metal.
-¿Tom?
-Jefe, creo que hay cosas que es mejor que no sepa. Acabó diciendo Tom, encaminando sus pasos a la calle.
Fuera, la luna brillaba en el punto mas alto del cielo. El encuentro con las criaturas infernales solo había durado un par de horas, pero al menos, la niebla que sofocaba a la ciudad con su presencia, se había esfumado, para sumergirse en el olvido, al igual que Darhon.