viernes, 30 de noviembre de 2012

Algo mas que un simple beso

Una enigmática historia de amor.


Algo más que un simple beso

Al bajar del autobús en frente del puerto, Raquel sintió que este paseo no sería como los anteriores, algo contenía diferente.
La antiquísima construcción hizo que la muchacha estuviese obligada a subir unas largas y empinadas escaleras de material solido. Sus negras y elegantes botas de cuero, llevaban cuesta arriba aquel escultural cuerpo esbelto, provisto de remarcadas y generosas curvas femeninas, rematadas con un metro sesenta. Su larga cabellera castaña se agitaba con la brisa, junto con sus delgadas prendas. Aquellos grandes ojos color miel permanecían fijos paso tras paso, mientras que sus delicadas manos iban atrás y adelante, dejándose llevar por un va y ven suave.
Cuando ya se vio arriba, siendo seducida y cautivada por la belleza incomparable del mar, su infantil blusa Calipso se apegaba contra el frente de su cuerpo, mostrando en su plenitud su busto, de linda y seductora apariencia.
Aferró sus blancas y delgadas manos a la baranda, para así sentirse más segura.
De pronto, tuvo un pequeño presentimiento; giró su rostro hacia su costado derecho, logrando advertir que a tan solo unos pocos metros de donde estaba parada, un hombre de cabellera negra la observaba por la ranurilla de su ojo izquierdo. Bajó sus manos hasta su falda, que se agitaba descontrolada, pero que no se subía más de la cuenta producto a su largo; luego su rostro sereno cambió por uno de disgusto.
El hombre, que no paraba de deslumbrarse con semejante belleza, notó el disgusto de la muchacha y sin mayor espera se echó a correr por el borde del puerto, en dirección del mercado. Con la rabia ardiendo a mil en sus ojos, Raquel se dejó atrapar por la persecución.
-¡Deténgase!... Corriendo por entre la gente que se quitaba del camino sola, sin la necesidad de darles un empujón. -¡Alto!... Pero el extraño acosador no parecía querer parar.
Lo vio entrar a uno de los tantos locales de comida que allí habían y supo que ya lo tenía a su disposición, solo restaba acusarlo de ladrón para que alguien le diese su merecido.
Cuando ingresó al local, su rabia se fue a lo más profundo del océano, puesto que de aquel recinto se despedía un delicioso aroma a flores, a pesar de que todo el puerto apestaba a pescado. El joven que la observaba sin temor de ser atrapado, ahora estaba frente a sus ojos, con su mano derecha apoyada ligeramente sobre una silla.
-Muy buenas tardes dama.
Una voz armoniosa y varonil, que hacía un excelente juego con su fachada de muchacho rico y bien vestido.
-Am… Raquel no supo que decir en ese momento.
-Adelante, pase a sentarse.
Algo así como si estuviese bajo trance, la chica avanzó, tomó asiento y se apegó a la mesa, que estaba cuidadosamente arreglada. Sobre la redonda cubierta abrazada por un mantel blanco, se alzaba un brillante florero con varias rosas de diferente color en su interior, desplegando su aroma y hermosura frente a las dulces pupilas de la chica.
El elegante joven rodeó la mesa, hasta lograr ubicarse en la silla del lado contrario.
-Lamento mucho mi atrevida presentación, se que te incomodé con mi prepotente mirada. Entrelazando los dedos de sus manos por sobre la mesa. -Lo siento…
En ese momento, Raquel recordó su malestar y golpeó con su puño cerrado la superficie tapada por la tela.
-¡Es un depravado! Inclinándose hacia donde estaba él. -¡Para qué me miraba!
El rostro de ella hervía, presentando aquel característico enrojecimiento producto a su descontrolada rabia.
-¡Responda! Clavándole sus penetrantes ojos rabiosos.
-Me cautivó con su impresionante belleza. Bajando el rostro en señal de sumisión.
-Ho… Se vio en la obligación de bajar el perfil de lo que estaba ocurriendo. -¿Por eso me miraba?... Volviendo a acomodarse más calmada.
-Claro… Intentando alzar su tímida mirada.
Se quedaron contemplando por un momento en silencio y cuando llegó el mesero a entregar la carta con los precios, ambos dieron un salto de su lugar; realmente se encontraban concentrados disfrutando el uno del otro.
El joven le alcanzó la carta a Raquel, para a continuación bajar su brazo de la superficie de la mesa.
-Lo siento nuevamente. Sonrió un poco avergonzado.
-No hay problema. Respondió la muchacha, abriendo la carta.
-¿Que deseas comer? Preguntó el joven aplastando la otra carta con su morena mano.
-Pero… Visualizando los precios que no bajaban de los diez mil. -Estos platos son muy caros.
-No te preocupes por el precio, tú pide y disfruta.
-Ho… Bien…

Pasaron toda la tarde allí, platicando y riéndose de las tonterías que hacían las personas en el puerto.
-Te lo juro… El joven tomaba un respiro profundo para poder seguir contándole. -Y se fue de cabeza el muy estúpido…
Ambos se llegaban a apretar el estomago de tanto reírse.
De pronto Raquel contuvo sus carcajadas y se quedó prendida de los ojos negros que ahora la inundaban ¡recordó que aun no le preguntaba su nombre!
-Mira… Buscó las palabras la muchacha. -No te mostraste muy caballero de primera, pero ahora me has hecho pasar una tarde agradable, gracias.
-Yo te tengo que dar las gracias. El rostro del muchacho se llenó de felicidad. -En realidad nunca pensé que serías tan cautivante.
-Am…
-Te había visto en ocasiones anteriores, pero nunca me atreví a dirigirte una sola palabra.
-He venido muy pocas veces al puerto ¿en qué momento me había visto?
-Esas pocas veces que ha traído su belleza hasta los barandales. Se arregló el cuello desordenado de su cortaviento. -Se que su padre se llama Alfonso y que tiene un local de mariscos, desde donde distribuye en enormes camiones blancos su deliciosa mercadería, a varios locales de comida en la capital.
-Am… Bueno…
-Sé también que no sabe quien soy yo, pero no la culpo. Bajando sus manos hasta los bolsillos de su pantalón. Mi nombre es James, soy pescador.
-Bueno… Es un gusto James, pero ahora tengo que irme; mi padre me tiene que estar esperando muy preocupado. Colocándose de pie.
-¿Nos veremos otra vez? Preguntó enlazándola con sus ojos, mientras que entre sus grandes manos se deslizaban cuatro billetes azules.
-Claro… Respondió escapando de aquel encanto.
Una vez que la chica cruzó el lumbral de la puerta, James canceló y dejando una generosa propina de un billete azul más, se retiró del local.

Tras el primer encuentro, los jóvenes se continuaron viendo una y otra vez. Por la mañana, a caminar por el puerto; por la tarde, a disfrutar de la sombra de alguna plaza; y durante la noche, a ver alguna película al cine; en pocas palabras, parecía un sueño salido de Hollywood. Esta rutina hizo que transcurriera una semana, sin que los dos se dieran cuenta.
Un día cualquiera, se quedaron tendidos sobre la arena de la playa disfrutando del preludio de la noche. Ambos permanecían separados por escasos centímetros y mientras se miraban fijamente, Raquel recordó que pronto debía volver a la capital; ya que únicamente venía a pasar sus vacaciones junto a su padre. El recordar esto le provocó un malestar en su garganta, algo así como un sutil apretón que le descendía hasta su pecho.
-Veo que tienes un problema. Dijo James con tono suave. -¿Que te ocurre?... ¿Te molestó todo lo que ha pasado?
-No… Respondió con su voz apagada desviando su mirada triste hacia las alturas. –Jamás podría arrepentirme de todo esto.
-¿Entonces?
-Me queda muy poco tiempo aquí. Cerrando sus ojos.
-Ha… Se sintió sorprendido James y se levantó de la arena, tomando asiento. -¿Te vas?
-Sí.
Aquellos profundos ojos negros se dirigieron hacia el horizonte, hasta aquel punto en donde se unía el cielo con las azules aguas del mar.
-No me habías dicho nada…
-Lo siento.
Dando un profundo suspiro, James jugueteó apagado con los finos granos de arena.
-Es una lástima. Su voz se quebrantó con un tono tembloroso.
Raquel se sentó y se apegó al muchacho, atrapándolo con sus brazos.
-En realidad es una lástima. Apoyó la muchacha con su cuello siendo sofocado por la pena.
La piel de sus rostros se unió, acariciándose con una suavidad que no se podía explicar; sintiendo el calor mutuo que ambos se compartían. De pronto se dejaron envolver por aquella calidez, rosando el costado de la comisura de sus labios, avanzando sin temor hasta lograr consumir el cáliz de sus bocas.
La atrapante briza marina, acompañaba este alocado e infantil momento, en el cual ambos solo se dejaban guiar por sus impulsos ardientes.
En el momento que sus manos se permitieron la entrada, cayeron al tibio soporte, reposando sobre la espalda de ella. Los cuerpos se tuvieron juntos, casi siendo una sola carne, repartiendo caricias por sobre la quemante piel del otro.
Ahora, la luna en lo alto era la testigo de todo lo que ocurría y al verse bastante atrapados en tal alocado instante, detuvieron su muestra de pasión; quedándose en silencio, oyendo la aceleración de sus respiraciones.
-Que profundo. La voz de Raquel era como un suspiro frente a una agitada ventolera.
-Es como una ilusión, una fantasía, un sueño que se hace realidad.
-Asombroso ¿no? Acariciando el rostro de su amado.
-Pero yo quiero algo más que un simple beso…
Las palabras de James penetraron por los oídos de Raquel, internándose entre los confines de su cabeza, intentando asimilar lo que quería expresar con esas frases.
En un instante los húmedos labios del muchacho se acoplaron contra la piel del cuello de ella, y en ese instante tuvo más o menos una noción de lo que posiblemente quiso decir… Algo más que un simple beso… ¿Qué podía ser algo más que un simple beso?
-¿A qué te refieres con eso? Preguntó Raquel siendo extasiada.
-A nada… Respondió regalándole un cariñoso beso en la suave y delicada piel que se aprontaba a llegar a la barbilla de ella.
Con esta jugada los morbosos pensamientos de mujer afloraron, creyendo que aquella frase iba con otro sentido.
-¿Te gustaría que pase la noche junto a ti? Preguntó Raquel intentando encontrar aquellos ojos negros.
-Sería un placer. Apoyando ambas manos en el piso para despegar su humanidad de la de ella. –Lo que sí, tengo que pedirte algo.
-¿Qué?
-Hagamos las cosas bien… Llama a tu padre para contarle.
-Am… Claro…
Con la propuesta aceptada, se pusieron de pie, se sacudieron sus ropas y se marcharon del lugar.

Como debía informarle a su padre que no llegaría, Raquel lo llamó de un teléfono público.
-Claro, me cuidaré ¡nos vemos mañana! Colgó con una sonrisa picarona en su rostro adolecente.
Luego de esto, atrapó entre sus brazos a James, lo besó fogosamente y emprendieron camino al hogar del muchacho.

Bajaron de una liebre amarilla y ingresaron a un edificio de nueve pisos, de seguro que el chico arrendaba uno de los varios departamentos del lugar. En conserjería no había nadie, algo sumamente extraño, pero Raquel no le quiso prestar atención, solo se dejó conducir hasta el ascensor.
Cuando paró en el piso tres, se abrió la puerta y en aquel iluminado pasillo repleto de puertas por ambos lados, no se veía una sola persona, era como si fuese un edificio fantasma, pero inmersos en este cuento de hadas, no le daban mayor importancia, en este momento únicamente importaban ellos y sus intensas emociones.
Caminaron por el pasillo, James conducía al frente. Cuando llegaron hasta una puerta en la cual aparecía el número 502, se detuvieron.
-Aquí es. Dijo James eligiendo una llave entre un manojo abundante. –No es muy grande, pero te sentirás cómoda.
Al abrir, la mano morena encendió la luz, dejando ante los anonadados ojos de Raquel un pequeño departamento bastante ordenado. Sobre la fría cerámica se veía un cubre piso bastante limpio, por el cual ingresaron pisando con gran timidez. Al estar de frente con un sofá café, James le indicó que tomara asiento, mientras se dirigía hacia una vitrina repleta de finas copas de cristal.
-¿Qué te sirves? Preguntó James dejando dos copas sobre una pequeña mesa de centro.
-Ho… Bueno… Yo… No encontraba ni una sola palabra más, se sentía fuera de la dimensión que conocía; era como si la vida la hubiese arrastrado hasta aquellos pasajes cálidos de su mente, en los cuales únicamente permanecían guardados sus más íntimos deseos de eterna felicidad.
-¿Quieres un poco de ponche de durazno? Está bastante suave.
-Bueno. Al fin logró responder con seguridad.
-Me quiero bañar antes de acostarme. Decía James extrayendo una botella con ponche, que había estado guardada en uno de los cuatro cajones del mueble. –Es bastante fresco dormir después de bañarse.
-Me lo imagino.
-¿Te quieres bañar? Dejando la botella junto a las copas, para proseguir a destaparla.
-Sí. Apoyando su delicada espalda sobre el respaldar.
-Bien. Sirviendo el licor. –Entonces, te bañas tu primero y luego yo. Cerrando la botella.
-Ningún problema. Cerrando sus ojos y dejando reposar sus manos sobre la falda, que se apegaba a la blanca piel de sus piernas.
El precioso rostro de la muchacha, mostraba que en su mente pasaban mil y un pensamientos, que al contemplar su expresión a James le entraban ganas de conocerlos.
-¿En qué piensas? Recogiendo las copas con sus manos.
-En que me gustaría que todo esto fuese eterno. Abriendo sus ojos y uniendo sus dulces miraditas con las profundas del chico.
Esta frase clavó profundo en la conciencia de la joven… Para ti no está hecha la eternidad… ¿A qué se refería?
-Para ti mi niña, te tiene que importar el momento. Alcanzándole la copa. –Aun no pienses en la eternidad, ya llegará el momento para eso.
-Pero… Cogiendo la copa con su mano derecha. –Yo quiero estar para siempre contigo.
-Lo sé. Tomando asiento al costado de la descolocada muchacha. –Algún día podremos estar siempre juntos, pero ahora, estar conmigo solo te privará de todo lo que tienes que vivir.
Cada palabra dejaba aun más asombrada a Raquel, en realidad no comprendía lo que quería decir el joven.

Con la noche bien entrada, James condujo a Raquel hasta el cuarto. En la habitación se veía una cama matrimonial, entre dos veladores pequeños; justo en frente, había un elegante mueble que sobre su superficie soportaba un enorme televisor.
-Acomódate, yo revisaré que la puerta de entrada esté bien cerrada y vengo. Dijo James cerrando la puerta del cuarto a su espalda.
Entre movimientos torpes producto a las miles de preguntas, Raquel fue quitándose una a una las prendas, hasta quedar únicamente con un traje de baño de dos piezas. Sus agotados y confundidos ojos, descansaban sobre sus lindas y bien formadas piernas. Aquellas delgadas manos acariciaron sus muslos, subiendo, encontrándose con la diminuta prenda que conservaba en privado sus partes más intimas; luego siguieron con su camino, pasando por su abdomen y tropezando nuevamente con la prenda superior, que mantenía erectos aquellos bellos pechos.
-Tiene que ser una tontería. Se dijo Raquel, internándose entre las ropas de la cama. –Será mejor que únicamente disfrute este precioso momento.
Antes de apoyar su cabeza en la almohada, escuchó los pasos de James aproximarse, pero al momento de entrar en contacto con el esponjoso soporte, sus parpados se le precipitaron, sumándola en el sueño…
Un fuerte golpe a su costado la hizo despertar, abrió sus ojos sentándose en su cama, arropando las frazadas a sus pies. Cuando al fin logró respirar con alivio, se percató de que junto a ella permanecía su padre.
-Papá…
-Ups… Respondió el señor. –Lo siento Raquelita, boté tu despertador. Recogiendo el pequeño reloj de velador.
-Pero si yo… ¡Estaba durmiendo en otro lado!...
-Claro. Dijo el viejo colocándose de pie. -¡Niña malcriada te quedaste dormida viendo televisión!... Yo te tomé en mis brazos y te traje a tu cama.
-¿Y James? Preguntó aun desconcertada.
-¿Quién?... Am… ¡James!... Elevó la voz el viejo mientras se rascaba la barba. –Hablas del chico que mataron. Bueno, anoche los oficiales de la PDI atraparon a los desalmados. Lo extraño es que dijeron que una joven les indicó en donde buscar.
-¿Qué?
-Claro, una joven; y lo más extraño es que las descripciones de la muchacha ¡coincidían contigo!... Dirigiéndose hacia la puerta. –Si no hubieses estado aquí conmigo anoche, pensaría que tú eres la heroína, pero no. Ya mi niña, vístase para que tomemos desayuno. Cerrando la puerta.
-James… Muerto…
Aun sentía entre el sabor del ponche, la dulzura de la boca de su amante ¿Cómo podía ser aquello?... Se había enamorado de un muerto; pero aun sentía sobre su piel las cálidas y suaves caricias del joven, era como si todo aquello realmente lo hubiese vivido. Y en aquel instante recordó una de las frases mencionadas por el chico, Para ti no está hecha la eternidad…

Cuando sus ojos color miel se quedaron de frente con el mar, creyó ver a James contemplándola desde la misma posición, como en ese instante cuando tuvo su primer cruce de miradas; pero el joven pescador ya no estaba allí… Solo era una falsa ilusión creada por su mente y sus apagados suspiros.

Los pasos tristes de la joven la llevaron hasta el local en donde habían cruzado sus primeras palabras, pero el local había cerrado hace tres meses atrás… ¿Qué significaba aquello?

A un día del término de sus vacaciones, Raquel fue embarcada en el autobús hacia la capital por su padre; quizás en realidad el romance con el muchacho solo fue una tonta ilusión.
Dejando escapar un suspiro, la maquina emprendió su largo camino y cuando la muchacha registró sus cosas para ver la hora, encontró un papel doblado, en el cual decía:

Para ti no está hecha la eternidad…

Aunque no comprendas nada de lo que está pasando, aun no pienses en la eternidad, ya llegará el momento para eso.

Algún día podremos estar siempre juntos.

James

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